Las Reglas de mi Casa. I.

Las Reglas de mi Casa. I.

Tiene uno, una sensación de abandono.
Tiene uno, una sensación de abandono.

Las Reglas de mi Casa. I.

En esta ocasión, quiero compartir con ustedes, el artículo “Las Reglas de mi Casa”

Su autor es el Dr. Mario A. Rosen, médico argentino; educador escritor, y empresario exitoso.

Presentamos este artículo, por todo lo que expresa y es muy semejante a lo que sucede en cualquier país Latinoamericano.

Esperemos que en realidad podamos leerlo con paciencia, meditarlo y cumplir con sus propuestas.

Expresaba el Dr. Rosen, “…En mi casa me enseñaron bien. Cuando yo era un niño”

Me enseñaron a honrar dos reglas sagradas:

En esta casa, las Reglas no se discuten.
En esta casa, las Reglas no se discuten.

Regla N° 1: En esta casa las reglas no se discuten.

En esta casa se debe respetar a papá y a mamá.
En esta casa se debe respetar a papá y a mamá.

Regla N° 2: En esta casa se debe respetar a papá y mamá”.

Y estas reglas se cumplían en ese estricto orden. Una exigencia de mamá, que nadie discutía… Ni siquiera papá. “Astuta la madona” porque así nos mantenía a raya con la simple amenaza: «Ya van a ver cuando llegue papá…»

 

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las mamás permanecían en casa, mientras que los papás iban a trabajar.

Los padres al regresar a la casa, muchas veces participaban para hacer observaciones, que al día siguiente se cumplían.

Todos cumplían con sus obligaciones, niños y padres cumpliendo con las sagradas leyes caseras.

Respeto por la autoridad de papá.
Respeto por la autoridad de papá.

El respeto por la Autoridad de papá (desde luego, otorgada y sostenida graciosamente por mi mamá)

Era razón suficiente para cumplir las reglas.

Usted probablemente dirá que ya desde chiquito, era un sometido.

Era un cobarde conformista o, si prefiere, un pequeño fascista.

Pero acépteme esto: era muy aliviador saber que uno tenía reglas que respetar.

Me ordenaban y me protegían.

Las Reglas de mi casa, me contenían, me ordenaban y me protegían.

Me contenían al darme un horizonte para que mi mirada no se perdiera en la nada.

Me protegían porque podía apoyarme en ellas dado que eran sólidas.

Y me ordenaban porque es bueno saber a qué atenerse.

Tiene uno, una sensación de abandono.
Tiene uno, una sensación de abandono.

De lo contrario, uno tiene la sensación de abismo, abandono y ausencia.

Las Reglas de mi Casa, para cumplirlas, eran fáciles, claras, memorables y tan reales y consistentes.

Reglas, como lavarse las manos antes de ir a comer.
Reglas, tales, cómo lavarse las manos antes de ir a comer.

Tales como «lavarse las manos antes de sentarse a la mesa» o «escuchar cuando los mayores hablan».

Poner las cosas en su lugar.

Poner las cosas en su lugar; ayudar en la limpieza de la casa.

Había otro detalle, las mismas personas que me imponían las reglas eran las mismas que las cumplían a rajatabla.

Todos teníamos que cumplirlas
Todos teníamos que cumplirlas

Y se encargaban de que todos los de la casa las cumplieran.

No había diferencias. Éramos todos iguales ante la Sagrada Ley Casera.

¿Al no cumplir las Reglas de mi casa me castigaban?

Claro que si, sin embargo, y no lo dude, muchas veces desafié “Las Reglas de mi casa”

Hacía travesuras, por lo tanto, tenía un castigo.
Hacía travesuras, por lo tanto, tenía un castigo.

Mediante el sano y excitante proceso de la «travesura»

Que me permitía acercarme al borde del universo familiar y conocer exactamente los límites.

Me descubrían y me castigaban apropiadamente.
Me descubrían y me castigaban apropiadamente.

Siempre era descubierto, denunciado y castigado apropiadamente.

La travesura y el castigo pertenecían a un mismo sabio proceso que me permitía mantener intacta mi salud mental.

No había culpables sin castigo. Al banquillo tanto tiempo y ya.
No había culpables sin castigo. Al banquillo tanto tiempo y ya.

No había culpables sin castigo y no había castigo sin culpables. No me diga, uno así vive en un mundo predecible.

El castigo era una salida terapéutica y elegante para todos, pues alejaba el rencor y trasquilaba a los privilegios.

Tal travesura, tal castigo.
Tal travesura, tal castigo.

Por lo tanto, las travesuras no eran acumulativas. Tampoco existía el dos por uno. A tal travesura tal castigo.

Nunca me amenazaron con algo que no estuvieran dispuestos y preparados a cumplir.

Así fue en mi casa. Y así se suponía que era más allá de la esquina de mi casa.

Pero no. Me enseñaron bien, pero estaba todo mal.

Fuera de mi casa, habían travesuras, sin castigos.
Fuera de mi casa, habían travesuras, sin castigos.

Lenta y dolorosamente comprobé que más allá de la esquina de mi casa había «travesuras» sin «castigo»

Reglas que no se cumplían.
Reglas que no se cumplían.

Y una enorme cantidad de «reglas» que no se cumplían” porque el que las cumple es simplemente un estúpido (o un boludo, si me lo permite).

No habían reglas, todo andaba mal.
No habían reglas, todo andaba mal.

El mundo al cual me arrojaron sin anestesia estaba patas para arriba.

Conocí algo que, desde mi ingenuidad adulta (sí, aún sigo siendo un ingenuo), nunca pude digerir.

Prevalecía La Impunidad., hacían lo que querían y nadie les llamaba la atención.
Prevalecía La Impunidad., hacían lo que querían y nadie les llamaba la atención.

Pero siempre me lo tengo que comer: «la impunidad».

¿Quiere saber una cosa? En mi casa no había impunidad. En mi casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también había piedad.

Le explicaré: Justicia, porque «el que las hace las paga». Piedad, porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado.

Niño castigado por no cumplir Las Reglas de su Casa
Niño castigado por no cumplir Las Reglas de su Casa

Y su dignidad quedaba intacta y en pie. Al rincón por tanto tiempo, y listo… Y ni un minuto más, y ni un minuto menos.

Por otra parte, uno tenía la convicción de que sería atrapado tarde o temprano, así que había que pensar muy bien antes de sacar los pies del plato.

Las Reglas de mi casa, eran claras, los castigos eran claros.
Las Reglas de mi casa, eran claras, los castigos eran claros.

Las Reglas de mi casa, eran claras. Los castigos eran claros. Así fue en mi casa.

Y así creí que sería en la vida. Pero me equivoqué.

Hoy debo reconocer que en mi casa de la infancia había algo que hacía la diferencia, y hacía que todo funcionara. (Continúa. II).

Las Reglas de mi casa. I. En mi casa no había impunidad. En mi casa había justicia, justicia simple, clara, e inmediata. Pero también había piedad. Le explicaré: Justicia, porque «el que las hace las paga». Piedad, porque uno cumplía la condena estipulada y era dispensado.

 

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Reciba un fuerte abrazo           Atentamente             Eustorgio Vergara Aguirre

Artículo elaborado por Eustorgio Vergara Aguirre el 07 de enero del 2019. Actualizaciones: el 20 de noviembre del 2019. 15 de mayo del 2020; el 25 de julio del 2020. 27 de enero del 2021. 06 de marzo del 2021. 26 de septiembre del 2022.

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